2018

El último día, en sus últimas horas del 2017 conversábamos un café sentados en una escalera del paseo Yugoeslavo.
No tenía nada que ver con el de sus tierras brazucas, pero todo el puerto era fiesta y nos reíamos de mis listas/resumenes de fin de año.
Ese día, más temprano, le compré a una chica Argentina muchos inciensos para el "amor y la abundancia" y recibía el 2018 bailando Chico Trujillo en la Plaza Sotomayor.
Deseaba (con todo el corazón) que fuera distinto.
El último trimestre había estado tan remecido, tan inestable que un poco de calma y paz iban a ser tan (TAN) bienvenidos.

Y llegaron los nuevos tiempos...con todos los aciertos y desaciertos.
El primer semestre, ordenado, calmo. Abriendo nuevos campos y saliendo de todas las zonas cómodas compradas: Volver a estudiar, cambiar de ambiente, tener charlas finales, cerrar/borrar: Cuentas, números de teléfonos, mensajes/fotos antiguas y personas.
Así tal cual.
Nada que no fuera nuevo iba a tener cabida.
(Uh babe, no soportaba la presión...)

Que el mundo es chico quedó más que de manifiesto, que me tenía que topar en lugares, situaciones, y lugares impensados ya no era casualidad.
Solo que por esta vez, no fue leída la señal como "pucha que pena que no resultó". Sino, todo lo contrario.

Y estar en el momento adecuado, la situación precisa para que llegara, una tarde random, una sangría conversada que haría girar el mundo, atando desde ese momento, sin amarras, libres a un nuevo somos.
Tal como quería, el vínculo tal como lo soñaba.

El segundo semestre a media máquina, casi con la lengua afuera. Cuestionando porque decir a todo que sí, porque la curiosidad es mayor a mi capacidad de tiempo y energía. Claudicando de todo día por medio.
Y en paralelo derribando mitos, tan siendo yo, como quizás en mucho tiempo no era, descubriendo sentimientos inéditos o dormidos.
Nop, mantengo inéditos, porque están totalmente excluídos del Manual de lo Correcto.
Lo quemé en un acto mental.

No lloré tanto, no pelié brígidamente con nadie (bueno un poco un día de noviembre) reí mucho, aprendí tiro con arco, hice un curso de gasfitería, interactué casi todo el año con compañeritos millenials y no estaba tan extraviada como temía.
Durante algunos días de abril me arranqué con excusas insólitas al comedor del hotel para ver de cerca a una de mis banda favoritas y ahí figuraban tan normales tan humanos tomando café al desayuno, una super modelo de los noventas me pidió fuego mientras fumaba en una banca en el parque y se lo regalé porque cuando no hay encendedor pal pucho, no hay estrellato que nos separe. En un hecho histórico vendí por primera vez una entrada a un recital y quise adoptar un erizo de tierra pero la rescatista de "Erizolandia" puso más obstáculos que facilidades. Ya llegará el gran Farruk.
Reforcé lazos nuevos que ahora son indestructibles, reconcilié algunos antiguos pero desde otra vereda.
Se dificulta ceder en lo que no tiene credibilidad, ni por cansancio ni agote. Aunque la flexibilidad hace su pega, sabemos lo que se hizo bien, sabemos lo que se hizo mal.

Experimenté el peor trip de marihuana en décadas por comer más brownie del indicado.
Nunca jamás el trayecto a casa por la Alameda había estado tan plagado de zombies, unicornios deformes y edificios a punto de derrumbarse sobre esta diminuta humanidad.
Los viajes lúcidos fueron al sur: Encontrar refugio en Puerto Varas y Puerto Montt, volver a la Patagonia y por puro gusto y nostalgia a Punta Arenas.
Volvieron amigos a vivir a su país, parejas icónicas ya no siguen juntas y "Nada es para siempre" sigue siendo himno en mi banda sonora.

La suma da positiva, hubieron tropiezos, seguimos lidiando con los demonios, pero en esta etapa, en esta parte del camino es fantástico que todo importe cada vez más una soberana y poderosa verga.

2019 te espero sin ansias, atenta y con los ojos abiertos.







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