vuelta por el universo

Que tomó alrededor de 30 horas, 3 aviones de ida y 3 de vuelta.
12 horas de diferencia que pesaron al regreso: despertar acá a las 3 de la mañana sin retorno como si fueran las 3 de la tarde tuvo serios estragos.
Cruzar el globo casi completo para impregnarse de nuevos colores, sonidos y vivencias.Que por flojera se cree que todos son iguales: de ojos, de comidas, de ritmos. Rotundo error.
Uno es el orden, la eficiencia y la amabilidad. El otro es el caos, el ruido y la cantidad.
Y ambos funcionan, resultan, se entienden.

En el primero no puedes fumar en la vía pública, los baños tienen lavapoto incluido y los guardias de los trenes hacen toda una danza para informar que ya salió de la estación.

En el segundo, cruzas la calle rezando, la gente te toma fotos y se ríen y usan paraguas para el sol.
Fue un cambio fuerte, un contraste marcado y abrupto.
Desde que te miran feo por darte un beso en la calle en uno hasta ver niñitos con pantalones de algodón abiertos al centro porque están aprendiendo a hacer pipí por cuenta propia en el otro.

Salir de toda zona de confort y darse a entender con señas y mostrando fotos. Comprender tanta reverencia, que el dinero no se pasa en la mano y que no existe ninguna muestra de afecto en la vía pública. En el otro extremo, gente chocona, hablando fuerte, cruzándose en tu camino, con gorritos iguales y descubriendo los mismos lugares que fuiste a descubrir tú.

Sentarse a ver la gente: Las chicas vestidas con kimono, luciendo peinados modernos sacándose selfies en los templos, como en los restaurantes sorbetean la comida de forma sonora, los tonos de voces diferentes, descifrar si estaban enojados o no. Descubrir en el otro lado, que la ropa que usan, es la misma de acá y como se entendían entre tanto detalle, tanto encaje, tanto accesorio.

Comer sonrientes cosas nuevas en los mercaditos de un lado y en el otro morir de guácala cuando lucían orgullosos arañas y palomas a la venta. Miedo que no dejaba más opción que comer en un Pizza Hut porque es algo que se conoce, creo. Descubrir unos pequeños sucuchitos para comer sushi (el de a de veritas), donde el cocinero no hablaba nada y menos inglés y sentarse con toda la fe en el idioma universal del hambre y estar más feliz aún porque el té verde lo regalaban amablemente. Recorrer también unos pequeños bares adaptados en lo que pudieron ser casas básicas, donde caben máximo 5 comensales y tomar un vino muy malo pero conocer gente muy buena onda y ponerles música local con orgullo y ver sus caras atentas.

Tomar té, tomar té y más té.
En todos lados y en el medio de un parque, en un salón insertado en el medio en un lago, sin zapatos, en silencio.

Recorrer en días de lluvia, pero con calor. Soportar estoicamente las picadas de mosquitos y el horrible mapa que dejaron en mis piernas. Y llorar como lesa porque vi a un panda.

Todo tan minimalista, pequeño, espacios cuidados y funcionales. Visitar otras ciudades, en un tren tan moderno y conocer a un viejito en el salón de fumadores y terminar hablando de terremotos porque parece que para afuera somos eso. Sísmicos.

Eso y el "guaaaa que lejos" de rigor, cuando les cuentas de donde vienes.

Parques en el medio de los edificios, gente pintando acuarelas y tatitas sacando fotos a las plantas e insectos.
Trabajadores que solo usan pantalón negro y camisa blanca.Todos,todos. Baños públicos cada dos cuadras y absolutamente ningún perro callejero.

Amabilidad a raudales al punto que si tienen tiempo te encaminan a la calle que andas buscando. Una tarde le pedí fuego a una chica que me siguió después y me regaló su encendedor. Así de amables.

Posiblemente oculten su lado B en el primero, posiblemente lo muestren mucho en el segundo.


En 16 días te haces solo un porcentaje de la foto, pero la fecunda imaginación lo completa con lo bueno.

Formular un nuevo agradecimiento por lo vivido, una nueva destapada de cerebro para meter información fresquita y novedosa...
Abrir un nuevo cuaderno para llenar, un nuevo relato que contar y más imanes para poner en el refri.










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