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El magno evento iba llevar a alfombra roja, larga, un par de cámaras en la entrada del fastuoso local como si fuera una gala de verdad: Garzones repartiendo espumante a destajo, Caco, Pérez y mi Shara amada en las perillas poniendo la mejor música que resumiera estas décadas.

La variable posterior fue todo lo contrario: Agarrar un bolso y partir con un grupo de amigos a la playa, una cabañita rica, idealmente con chimenea y guitarrear tb algunos temas, mientras tomamos un reponedor navegado. Me faltó el poncho acá.

La vida es más sabia y (cabrona) y me hizo ahorrarme todos esos estreses mandándome a la cama con la primera influenza de toda mi vida: ahí figuro con mi peor cara y tos penosa, viendo los matinales y devorándome Netflix como recién abonada (o regalada,
gracias peucoMauro), comiendo pizza al desayuno y sin lavarme el pelo en 5 días.

Quizás son las pseudofedrinas, la abstinencia de nicotina, quizás es el cambio de ciclo, pero he llorado todos los días con casi todo: la disertación de la luna de la Ema, el video de koala de Dante, el "hola caggggol" que la Domi me lanza por teléfono, el rescate del niñito del tubo en FB, las fotos de mis amigas viajando, los saludos del primer mundo, los perritos cachorros y por cierto, cada vez que me dicen: "Guaaaaa mentira que cumples 40!"

Y así es, acá estamos sin ninguna gala, ni adorno, ni ritual pachamamístico recibiéndolos, bendecida por esta carita que la natura y los genes que Bobina me heredó, llena de cariño y amor (de ese que llena el corazoncito), con 365 días fresquitos, nuevas rutas por descubrir y rodeada de vínculos infranqueables, esos lazos leales, gratuitos y de calidad que son más fuertes que el olimpo.

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